Después de pasar todo
el fin de semana estudiando enfrente de una ventana que da a la inmensidad de
la mar, me he dado cuenta de que la vida está llena de ventanas que dan al mar.
Uno va tan tranquilo
por la vida, como el que anda por el pasillo de su casa, y de repente descubre
una ventana, asoma la cabeza y se encuentra con la belleza del océano, infinito
y azul. Y en otra ventana una puesta de sol. Y en otra una persona que te ama.
Y en otra Beethoven, o Chopin, o Albéniz. Y en otra Rubén Darío, y Bécquer y Miguel
d’Ors. Y en otra la exuberancia de un almendro en flor. Y en otra ventana
pequeñita te encuentro casi siempre a ti, dondequiera que estés, haciendo quién
sabe qué cosa.
Y todas esas ventanas
nos dejan ver algo de lo que es bello, bueno y verdadero. La naturaleza, el arte,
las personas… nos remiten a una realidad más lejos, más alta.
Y entonces caigo en la
cuenta de que todo esto es bello, es bueno, es verdadero… pero no es la
Belleza, ni el Bien, ni la Verdad. Y es cosa nuestra, de los artistas, de los
enamorados, descubrir estas ventanas para todos, y que entre en nuestras casas
un torrente de luz inmenso que nos arrolle y nos descubra algo de cielo.
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