El otro día hablaba con una amiga sobre nuestros planes en la vida. Como siempre que toco el tema me fui por los cerros de Úbeda y acabamos divagando sobre el sentido de la vida y el destino y hasta qué punto somos dueños de nuestra propia existencia.
Hay una canción de Fito y los Fitipaldis (el mejor grupo del mundo) que dice: "Tu destino, dices, ya está escrito; el mío tengo que escribirlo yo". Y yo estoy convencido de que sí, de que cada uno se labra su propio futuro.
Por supuesto caben muchos peros en esta afirmación, y conviene matizarla. Puede ser que yo desee más que nada en el mundo volar con mis propias alas pero, por mucho que lo intente, no voy a lograrlo. Los impedimentos a decidir absolutamente sobre nuestro futuro son la propia naturaleza, la casualidad y las actuaciones de los demás.
En primer lugar, no podemos hacer nada que no esté dentro de nuestra naturaleza -volar, por ejemplo- o, al menos, no podemos hacerlo sin perjudicarnos.
Por otra parte, somos seres sociales y nuestras actuaciones dependen en gran medida de nuestra relación con los demás y de ellos mismos. Si el matón de mi instituto viene derechito hacia mí para darme un puñetazo en el ojo lo más probable es que yo acabe con un ojo morado independientemente de mis deseos de construir un futuro diferente.
Por último, la casualidad también influye en nuestras vidas. La casualidad es la coincidencia en un acontecimiento de dos o más cadenas causales, dándose un efecto absolutamente fortuito. Así pues, por casualidad puedes encontrarte por la calle con una persona que te cambia la vida, o por casualidad tropezarte con una piedra sin que tú lo tuvieras previsto.
Viendo todo esto, podríamos pensar que no podemos construir nuestro futuro, pero esto sería cometer un grave error en favor de la comodidad personal.
Está claro que si hay dos alumnos de primero de Bachillerato de los cuales uno estudia y el otro no, el primero sacará mejores notas que el segundo, con lo cual deduzco que también uno mismo tiene algo que decir sobre su futuro.
Así que al final de la reflexión, mi conclusión es que somos dueños de nuestra vida en la misma medida en que lo somos de nuestra libertad, es decir, de una manera grande pero limitada.
Estas palabras quizá escandalicen a alguien, pero ni estamos condenados inexorablemente a llevar la vida que el destino ha elegido para nosotros y por nosotros ni somos dueños de nuestra vida.
En efecto, si fuéramos dueños de nuestra vida podríamos decidir absolutamente todo sobre ella, pero nuestra libertad es limitada y está supeditada a la naturaleza, a la casualidad y a los demás. Cada uno que saque sus conclusiones.
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