Si yo no fuera yo no lo
hubiese hecho. No te hubiera llenado de besos inventados y de promesas
imposibles. No te hubiese subido a lo alto de mi vida para enseñarte mi
horizonte. No hubiera roto tus barreras para quedarme anclado en ellas.
Pero yo no era yo. Yo
era una copia burda y malcarada de lo que yo creía que era yo. Pero tú
lloraste. Lloraste hasta agotar el mar y hasta mi alma, y la tuya se encogió
hasta implotar en un universo de decepción, de dolor y de desengaño.
Y yo, o lo que yo creía
que era yo, lloré –lloró-. Lloramos con lágrimas confundidas de dolor ajeno y
de arrepentimiento.
¿Y yo, dónde estaba?
Quizá sería más cómodo
desterrarme de mi vida. Renunciar a ese yo que en realidad nunca ha existido y
aceptar otro yo que no soy yo ni me parezco. Quizá será mejor dejar salir al
monstruo y matar al quijote que ataca con bravura cien molinos sin cansarse.
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